30/60/2021
Por: Andrea Ceballos
En la médula de mi ciudad
yacen recintos de piedra de cantería
que custodian a los desidiosos.
En la entrada jónica hay un zumbido
que al llegar hasta el patio de Núñez
se convierte en infame himno.
Sobre las alfombras pasea la politiquería
que besa desenfrenadamente a la corrupción.
Bailan el sonido del lamento ajeno con pasos de vals.
Por los pasillos la luz del sol se intimida
y los moscardones invisibles
reposan en los vitrales y en las pinturas.
Al llegar al gran salón,
encuentro hadas desolladas por los colonizadores
cuya metamorfosis fue inconclusa.
Afilan los colmillos, devoran a las hadas
y el presidente de la jauría da la palabra;
el vómito de odio baña las columnas.
Fatigados, dan fin a la reunión,
pero las malformadas leyes, mudas e impotentes,
solo les queda esperar la muerte o el rescate.
Quién diría que su liturgia se basa en el crimen.
Quién diría que su grial se llena de sangre a diario.
Quién diría que sus títulos son ornamentales.